En todas las clases, y en muchas casas, hay un niño difícil. A veces más de uno.
Sí, es ese. El que está pintando la mesa con rotulador. El que cuando hacemos
la asamblea no viene a sentarse. El que pega a los compañeros continuamente ante
cualquier trifulca. El que cuando preguntas “¿queréis hacer…?” siempre contesta
NOOOO…. El que los demás niños suelen decir que es malo. El que tú mismo o tú
misma has pensado alguna vez que no aguantas más.
Cuando te encuentras con el niño-difícil, a menudo te
planteas qué puedes hacer con él. Hay todo un repertorio de opciones, desde
regañarle, castigarle, llevarle a la silla de pensar, explicarle que lo que
hace no está bien, hablar con la familia para que ellos también le regañen… o, si eres su padre o su madre, hablar con la maestra para que le meta en vereda.
No digo que no haya que regañar cuando el niño-difícil hace
las cosas mal.
Pero por una vez, vamos a meternos en la cabeza del niño-difícil, a ver si así le entendemos mejor.
“me llamo niño difícil y tengo 5 años. Soy un niño difícil y
malo. Pego a los demás cuando me quitan las cosas, a veces sólo les pego porque
sí, porque así me siento importante y fuerte.
No me gusta ayudar a los demás. De hecho, casi no entiendo que se
sienten mal porque estoy demasiado ocupado sintiéndome yo mal. Sí, me siento
mal. Me siento enfadado. Desde que me levanto me regañan por todo. Esto me
quita las ganas de hacer las cosas. Total, todo voy a hacerlo mal. En clase me
dicen que soy un trasto, que siempre estoy molestando. Debe ser verdad. De hecho,
lo es, ves? Otra vez lo estoy haciendo. Cuando llego a casa mi madre dice que
qué suerte tiene su amiga porque su hijo no le da nada que hacer. Yo todo lo
mancho y lo revuelvo, y cuando tengo que hacer las fichas del cole no quiero
porque no me van a salir bien. Es verdad, mi madre tiene razón. Me pregunto si
alguien se alegra de tenerme al lado. Y la respuesta es no. Y eso me pone
triste. Y me siento enfadado.”
En definitiva, el niño-difícil proyecta negatividad, porque
dentro de sí mismo lo que vive es negatividad.
La mente de un niño, y su conducta, cuando es menor de 6
años, es sumamente influenciable por el ambiente que le rodea. Esto quiere decir que, lo queramos o no,
tenemos una enorme responsabilidad sobre cómo marchan. Los niños a menudo hacen
cosas que no nos gustan. Eso no quiere decir que sean malos, sino que aún no se
han adaptado a las normas sociales. A veces, para qué engañarnos, también hacen
cosas verdaderamente malas, como asustar a niños más pequeños aún viéndoles
llorar.
¿Qué podemos hacer? Aquí algunas recomendaciones, algunas para maestros, otras para familias, la mayoría para ambos.
Ten paciencia. Ten presente que esta situación,
si la llevas bien, pasará. Puede que nos desesperemos ante tanta conducta
disruptiva. Pero, si sabemos que en gran parte depende de nosotros que cambie,
debemos entender este proceso como un juego de estrategia, en el que nosotros
tenemos varios ases en la manga que iremos usando para ganar la partida. De
esta forma evitaremos tomárnoslo como algo personal, no perderemos los nervios,
y no nos supondrá un coste emocional a nosotros mismos.
Cada vez que tengas que intervenir, recuerda, no
te enfades, aunque en un momento dado lo finjas. Estás jugando a tu juego de
estrategia, así que imagina que ves la situación en una película. Te ayudará a
no implicarte y no decir o hacer cosas que no quieras, de manera que al ganar
tú, ganará él.
En cualquier caso, hay que tener en cuenta el
principio de la profecía autocumplida, fundamental en psicología: aquello que
el adulto diga al niño que es, es lo que el niño será. Si se porta mal,
ofrécele una alternativa, y no le etiquetes negativamente o ese autoconcepto no
hará más que aumentar. Veamos un ejemplo: Lucas pega a su amigo cuando este le
quita un juguete. En lugar de decirle “¡no se pega, siempre pegando!” puedes
acercarte a él y decirle “Lucas, me extraña que hayas hecho eso,porque tú eres
un niño muy bueno, ¿qué te parece si mejor le decimos que no debe quitar las
cosas?” Es fundamental que el adulto le acompañe en estas nuevas conductas al
principio, al igual que se acompaña a un bebé cuando empieza a caminar; al fin
y al cabo, todavía no sabe realizarlas.
Proporciónale experiencias positivas. Recuerda
que el niño difícil lleva mucha amargura en su interior. De hecho, puede que
esté muy triste. Al fin y al cabo se siente el garbanzo negro de la clase y
probablemente de su casa, y con mucha facilidad sentirá que los demás son más
afortunados que él. Hace unos meses vino un mago a mi colegio, y , cuando pidió
voluntarios, le avisé de que yo iba a “guiar” un poco la elección. Le pedí que
escogiera a un niño que yo sabía que en ese momento se sentía particularmente desafortunado.
Sin que se de cuenta, podemos
organizar su entorno para que pueda experimentar situaciones positivas que le
proporcionen un poco más de alegría y de confianza en su suerte.
Píllale en un buen momento. Esto es el eje de
cualquier modificación de conducta. El niño necesita modificar el concepto que
tiene de sí mismo para poder modificar la forma en que se comporta. Esto es
difícil si no hace más que escuchar lo mal que se porta. Ya hemos explicado que
debemos evitar esto y ofrecer alternativas, pero, ¿cómo empezar a construir una
imagen positiva de sí mismo? Imagina que te colocas una antena detectora de
buenos momentos. Seguro que por muy niño difícil que sea, hay momentos en que
hace cosas buenas, aunque no se dé cuenta. Pero tú vas a estar ahí pendiente
con tu superantena preparadísimo para cazarlas al vuelo, y, por supuesto, con cara de tremenda satisfacción, exclamar: “pero
qué bien ayudas a mamá” o “qué recogido está tu cuarto” o “qué bien sabes
escribir” o “llevas un rato muy grande sin pegar a nadie, se nota que te estás
haciendo mayor”.
Aumenta su autoeficacia. Hazle sentir que te
encanta como hace las cosas. Aprovecha cualquier cosa que haga para recordarle
lo bien que lo hace. Puede que al principio mientas un poco, pero imagina la
siguiente situación; vas a una discoteca una noche y la gente que te rodea te
dice que bailas genial, que tienes aptitudes innatas para el baile.
Probablemente la siguiente noche no pararías de bailar, e incluso puede que te
apuntaras a clases de baile. Pues esto funciona aún más así para los niños.
Glen Doman, en su libro “cómo multiplicar la inteligencia de su bebé” ,
describe cómo cursa la primera clase de una de las mejores escuelas de
violinistas del mundo. Cuando acogen a un nuevo alumno, la primera clase es
subir al alumno a un escenario, con un violín en la mano, y, haga éste lo que
haga, el resto de alumnos y profesores
le agasajan con una tremenda ovación… no importa que aún no sepa tocar;
ese niño siente que lo ha hecho bien, y querrá repetir.
Ponle límites. No quiero con esto decir que le
digas NO para que se acostumbre a que le digan que NO. Ya se va a encontrar con
suficientes NO en la vida como para que tengamos que añadir más. Pero si un día
está lloviendo y hace frío, y se empeña en no ponerse el chaquetón, tú puedes
explicarle una vez el motivo por el que debe hacerlo. Pero si se sigue negando,
tendrás que imponerte y dejar claro que hay ciertas cosas en las que la
autoridad eres tú, aunque le expliques que es porque todavía él no tiene
criterio suficiente para tomar determinadas
decisiones.
Esto incluye hacerte respetar. Nunca, bajo
ningún concepto, permitas que te pegue, te insulte o te ignore. He visto a
muchos niños haciéndolo y a muchas madres disculpándoles. Hay cosas que hay
que dejar claras siempre y desde el principio, porque si lo consientes una vez,
no será la única
Y, por supuesto, y sobre todo, dale mucho
cariño. Sentirse como él se siente es muy triste con 5 años. Presta atención a
las cosas que te cuenta. Ayúdale a hacer sus trabajos del cole. Léele un cuento
por las noches. Duerme con él. Aprovecha cuando esté “tranquilo” para besarle y
abrazarle, para cogerle en brazos. Deja de llamarle niño-difícil, es más, reniega de este post por llamarle así. Porque tu niño es desde hoy es un niño-bueno. Dale un motivo para sentir, un poquito más
cada día, que, al fin y al cabo, puede que haya alguien que sí quiere estar con
él.