lunes, 29 de junio de 2015

¿EVALUAR... O CALIFICAR?








Resultado de imagen de examenes niños


Ayer mis hijas y yo aprovechamos un rato de relax de estos que empiezan a asomar con las vacaciones para ver las fotos de cuando una de ellas estaba en iinfantil. Inevitablemente comentamos situaciones, caritas –“¡¡ainss, qué chiquitilla!!”-, amigos –“qué mono estaba fulanito”-  y seños varias. Al recordar a una de sus profes de infantil, Daniela dijo que recordaba que una vez le puso en su libreta “MAL, MAL, MAL, MAL, TOOODO MAL”. Era una ficha de letra “i” y ella no le había puesto “la rayita” a la letra “i”. No sé qué será la “rayita”, pero sí sé que venía a veces llorando porque pensaba que lo hacía todo mal.

Yo lo que veía era una libreta perfecta de “ies” milimétricamente situadas en un cuadrito, así que cuando ella lloraba porque estaba MAL todo por culpa de la dichosa rayita, yo pensaba en los pobres niños que todavía de verdad no supieran hacer la dichosa “i”. ¿Qué sería lo que escucharían esos niños? Seguramente, a la tierna edad de 5 años, estarían dando por sentado que lo suyo no era ni sería nunca escribir, que todo lo hacían mal, que cada vez que cogían un lápiz el resultado iba a ser la regañina de la seño y un borra y repite -hasta que aborrecieran la i-.

Por suerte la mayoría de las maestras en infantil sabemos que así no llegamos a ninguna parte, pero sin embargo seguimos tragando con una normativa que nos obliga a poner calificaciones a niños entre 3 y 6 años que lo único que hacen es crecer y jugar. Cuando un niño de 3 o 4 años llega a casa con unas notas de “regular”, “poco”, “no conseguido”, ¿qué perciben los padres?, y ¿qué transmiten esos padres a sus hijos tras conocer esas notas? Yo cada vez pienso más en eso, y por eso en la última reunión con los padres les pedí por favor que no hicieran caso a esas notas, y que se guiaran por lo que yo les dijera de sus hijos en tutorías. 

Existe algo que en psicología se llama la profecía autocumplida, que supone que aquello que pensamos sobre nosotros mismos tiende a cumplirse, no por un mecanismo mágico ni alineaciones astrológicas, sino porque nuestros pensamientos condicionan nuestra conducta y nuestra conducta la de los demás, entrando en un comportamiento en espiral que se encamina a lo que preveíamos que ocurriría. De ahí que esa corriente de “piensa positivo y recibirás cosas positivas” tenga algo –bastante- de verdad.

Pero aún hay algo que se cumple más que las profecías que nosotros hacemos acerca de nosotros mismos: las que los padres hacen sobre los niños. Hablamos en este caso del llamado efecto pigmalión, o forma en que las expectativas de una persona sobre otra condicionan su rendimiento. En un metaanálisis que se hizo hace unos años, se llegó a la conclusión de que el principal predictor del rendimiento académico en secundaria eran las expectativas que los padres tenían sobre el rendimiento de los hijos. Aquí tenemos el estudio completo para quien quiera echarle un ojo.

En mi caso personal ha sido totalmente así: mi familia ha sido una familia de maestros en su gran mayoría, y de pequeña todos tenían tan claro que yo acabaría opositando y siendo funcionaria, que no ha sido hasta ahora, varios años después de sacar unas oposiciones, que me he planteado hacer algo diferente. 

Los pensamientos de un niño son como una hoja en blanco que van escribiendo a partir de lo que oyen y viven en su entorno. Si siempre escuchan cuánto valen, y qué lejos llegarán, el bucle de la profecía autocumplida irá encaminado desde el principio a satisfacer esa profecía. En otras palabras, el niño no sabrá actuar de otra manera que la que le dicta ese pensamiento y todas sus conductas y decisiones serán coherentes con el mismo. No vamos a obviar que hay niños con más capacidad para una cosa o para otra, y que a veces con 6 años ya se apuntan maneras; de las diferentes capacidades hablaremos en otra ocasión.

Por tanto, ¿qué dice el sentido común?: que la evaluación sirve para reforzar contenidos, destrezas, para saber en qué punto estamos. Puede servirme para constatar que vamos en el buen camino y que el niño reciba un refuerzo. Pero seguro que evaluar no es –no debe ser- calificar negativamente, etiquetar o estigmatizar. La calificación existe y debe existir, cuando se trata de determinar conocimientos en una determinada materia, en adultos, pero no para niños pequeños, por favor, a no ser que sea para ponerles, como en la foto, una carita sonriente y un 100.

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