miércoles, 4 de noviembre de 2015

ME HA VUELTO A PASAR...





Me ha vuelto a pasar. Ya no hay remedio.

Estoy en el cole, a las 4 de la tarde, sola, como tantas otras, estudiando, y mientras tanto, en medio de la lista de reproducción de música que estaba sonando, ha aparecido una de mis canciones favoritas: L-O-V-E, de Nat King Cole. Podéis escucharla aquí mientras leéis la entrada, y tal vez entenderéis que hoy esté un poco más sentimental de la cuenta, porque es una preciosidad.

Pero además es la canción que mis niños, los de mi antigua promoción, bailaron en su graduación. No sólo eso, fue la canción que nos acompañó durante varios meses muy intensos de juegos y complicidad. Ahora mismo estoy recordándoles y no puedo quitar la sonrisa de mi cara. Porque me querían, porque les quería... porque a veces sólo mirándonos nos entendíamos. Había entre nosotros una química que sólo nosotros conocíamos. No sólo con ellos. También con las familias. Nunca hubiera podido creer que yo pudiera establecer ese tipo de relación tan intensa y bonita con los alumnos y sus padres. Ya no era profesionalidad... tengo que reconocerlo... eran un poco míos...

El día que bailaron esta canción sólo podía sentir una cosa: ORGULLO.  Pero del de verdad. Del que se siente cuando has caminado un largo camino y has llegado a la meta. La meta que es el empezar de sus vidas sabiendo que contaban con una mochila cargada de compañerismo, amistad, alegría y bondad.

Cuando se fueron no me di cuenta, pero a ratos, en mis días, me doy cuenta de cuánto los quise y  de lo que han sido para mí. De cuánto me enseñaron y me hicieron crecer. Mucho más de lo que yo les enseñé a ellos, porque ellos me enseñaron a ser mejor y a querer mejor, a aceptar a cada cual como es y a disfrutar de la realidad, fuera ésta cual fuera.

Ellos pasaron a primaria, y yo empecé una nueva promoción de alumnos. Era 2013. Mis niños tenían 3 añitos. Tengo que reconocer que pese a que eran encantadores, al principio eran un poco intrusos... ocupando unas sillitas, unas perchas, unas mesas y un corazón que ya tenía nombre. Nunca será lo mismo, pensé. Así han pasado los meses y los días, pensando que nunca podría ser igual, aunque fuera magnífico de todas maneras. Pero han sido muchos días, muchos juegos, muchos cuentos, muchas canciones, muchos descubrimientos, mucho consuelo -de mi hacia ellos y viceversa sobre todo-, y un día, sin darme cuenta, de pronto, me sorprendí dandoles un beso apretao de esos que salen del alma... curando sus heridas como si fueran mías... cogiéndoles en brazos cuando lloran... riendo con ellos -y riendo de verdad-, disfrutando de sus avances... y lo peor... hablando en domingo por teléfono con las madres. Bueno, eso no es lo peor: lo peor de verdad es que he empezado de nuevo a guardar sus dibujos.

Estoy perdida.  Me ha vuelto a pasar.
No sé cómo ni en qué momento ha sido.
Parecía que no podría volver a ocurrir, que no podría volver a querer tanto. Que el contenedor del orgullo no podría volver a llenarse a rebosar. Que se irían y seguiría sin saber lo que es echar de menos. Que sus buenos días con alegría se difuminarían en el tiempo.
Pero estos niños ya son  míos para siempre. Ellos no lo saben, y no deben saberlo, porque tienen que ser suyos toda la vida, no de nadie. Pero qué digo; seamos sinceros, no hago más que engañarme. No es que ya sean míos... soy yo la que ya soy, para siempre, como de aquellos,  y no quiero darme cuenta, irremediablemente suya.

miércoles, 28 de octubre de 2015

EL "NIÑO-DIFÍCIL”


 

En todas las clases, y en muchas casas, hay un niño difícil. A veces más de uno. Sí, es ese. El que está pintando la mesa con rotulador. El que cuando hacemos la asamblea no viene a sentarse. El que pega a los compañeros continuamente ante cualquier trifulca. El que cuando preguntas “¿queréis hacer…?” siempre contesta NOOOO…. El que los demás niños suelen decir que es malo. El que tú mismo o tú misma has pensado alguna vez que no aguantas más.

Cuando te encuentras con el niño-difícil, a menudo te planteas qué puedes hacer con él. Hay todo un repertorio de opciones, desde regañarle, castigarle, llevarle a la silla de pensar, explicarle que lo que hace no está bien, hablar con la familia para que ellos también le regañen… o, si  eres su padre o su madre, hablar con la maestra para que le meta en vereda.

No digo que no haya que regañar cuando el niño-difícil hace las cosas mal.

Pero por una vez, vamos a meternos en la cabeza del niño-difícil, a ver si así le entendemos mejor.

“me llamo niño difícil y tengo 5 años. Soy un niño difícil y malo. Pego a los demás cuando me quitan las cosas, a veces sólo les pego porque sí, porque así me siento importante y fuerte.  No me gusta ayudar a los demás. De hecho, casi no entiendo que se sienten mal porque estoy demasiado ocupado sintiéndome yo mal. Sí, me siento mal. Me siento enfadado. Desde que me levanto me regañan por todo. Esto me quita las ganas de hacer las cosas. Total, todo voy a hacerlo mal. En clase me dicen que soy un trasto, que siempre estoy molestando. Debe ser verdad. De hecho, lo es, ves? Otra vez lo estoy haciendo. Cuando llego a casa mi madre dice que qué suerte tiene su amiga porque su hijo no le da nada que hacer. Yo todo lo mancho y lo revuelvo, y cuando tengo que hacer las fichas del cole no quiero porque no me van a salir bien. Es verdad, mi madre tiene razón. Me pregunto si alguien se alegra de tenerme al lado. Y la respuesta es no. Y eso me pone triste. Y me siento enfadado.”

En definitiva, el niño-difícil proyecta negatividad, porque dentro de sí mismo lo que vive es negatividad.

La mente de un niño, y su conducta, cuando es menor de 6 años, es sumamente influenciable por el ambiente que le rodea.  Esto quiere decir que, lo queramos o no, tenemos una enorme responsabilidad sobre cómo marchan. Los niños a menudo hacen cosas que no nos gustan. Eso no quiere decir que sean malos, sino que aún no se han adaptado a las normas sociales. A veces, para qué engañarnos, también hacen cosas verdaderamente malas, como asustar a niños más pequeños aún viéndoles llorar.

¿Qué podemos hacer?  Aquí algunas recomendaciones, algunas para maestros, otras para familias, la mayoría para ambos.

Ten paciencia. Ten presente que esta situación, si la llevas bien, pasará. Puede que nos desesperemos ante tanta conducta disruptiva. Pero, si sabemos que en gran parte depende de nosotros que cambie, debemos entender este proceso como un juego de estrategia, en el que nosotros tenemos varios ases en la manga que iremos usando para ganar la partida. De esta forma evitaremos tomárnoslo como algo personal, no perderemos los nervios, y no nos supondrá un coste emocional a nosotros mismos.

Cada vez que tengas que intervenir, recuerda, no te enfades, aunque en un momento dado lo finjas. Estás jugando a tu juego de estrategia, así que imagina que ves la situación en una película. Te ayudará a no implicarte y no decir o hacer cosas que no quieras, de manera que al ganar tú, ganará él.

En cualquier caso, hay que tener en cuenta el principio de la profecía autocumplida, fundamental en psicología: aquello que el adulto diga al niño que es, es lo que el niño será. Si se porta mal, ofrécele una alternativa, y no le etiquetes negativamente o ese autoconcepto no hará más que aumentar. Veamos un ejemplo: Lucas pega a su amigo cuando este le quita un juguete. En lugar de decirle “¡no se pega, siempre pegando!” puedes acercarte a él y decirle “Lucas, me extraña que hayas hecho eso,porque tú eres un niño muy bueno, ¿qué te parece si mejor le decimos que no debe quitar las cosas?” Es fundamental que el adulto le acompañe en estas nuevas conductas al principio, al igual que se acompaña a un bebé cuando empieza a caminar; al fin y al cabo, todavía no sabe realizarlas.
 
Proporciónale experiencias positivas. Recuerda que el niño difícil lleva mucha amargura en su interior. De hecho, puede que esté muy triste. Al fin y al cabo se siente el garbanzo negro de la clase y probablemente de su casa, y con mucha facilidad sentirá que los demás son más afortunados que él. Hace unos meses vino un mago a mi colegio, y , cuando pidió voluntarios, le avisé de que yo iba a “guiar” un poco la elección. Le pedí que escogiera a un niño que yo sabía que en ese momento se sentía particularmente desafortunado.
Sin que se de cuenta, podemos organizar su entorno para que pueda experimentar situaciones positivas que le proporcionen un poco más de alegría y de confianza en su suerte.

Píllale en un buen momento. Esto es el eje de cualquier modificación de conducta. El niño necesita modificar el concepto que tiene de sí mismo para poder modificar la forma en que se comporta. Esto es difícil si no hace más que escuchar lo mal que se porta. Ya hemos explicado que debemos evitar esto y ofrecer alternativas, pero, ¿cómo empezar a construir una imagen positiva de sí mismo? Imagina que te colocas una antena detectora de buenos momentos. Seguro que por muy niño difícil que sea, hay momentos en que hace cosas buenas, aunque no se dé cuenta. Pero tú vas a estar ahí pendiente con tu superantena preparadísimo para cazarlas al vuelo, y, por supuesto,  con cara de tremenda satisfacción, exclamar: “pero qué bien ayudas a mamá” o “qué recogido está tu cuarto” o “qué bien sabes escribir” o “llevas un rato muy grande sin pegar a nadie, se nota que te estás haciendo mayor”.

 Dale una responsabilidad. Y manifiesta que te sientes orgulloso de él. Puede ser que cuide de su hermano, que vigile a la mascota, que se encargue de limpiar el polvo, que te tape cuando te echas una siesta en el sofá. Hacerse responsable de algo le ayudará a sentirse útil y a querer responsabilizarse de más cosas… y hacerlas bien.
 
Aumenta su autoeficacia. Hazle sentir que te encanta como hace las cosas. Aprovecha cualquier cosa que haga para recordarle lo bien que lo hace. Puede que al principio mientas un poco, pero imagina la siguiente situación; vas a una discoteca una noche y la gente que te rodea te dice que bailas genial, que tienes aptitudes innatas para el baile. Probablemente la siguiente noche no pararías de bailar, e incluso puede que te apuntaras a clases de baile. Pues esto funciona aún más así para los niños. Glen Doman, en su libro “cómo multiplicar la inteligencia de su bebé” , describe cómo cursa la primera clase de una de las mejores escuelas de violinistas del mundo. Cuando acogen a un nuevo alumno, la primera clase es subir al alumno a un escenario, con un violín en la mano, y, haga éste lo que haga, el resto de alumnos y profesores  le agasajan con una tremenda ovación… no importa que aún no sepa tocar; ese niño siente que lo ha hecho bien, y querrá repetir.

Ponle límites. No quiero con esto decir que le digas NO para que se acostumbre a que le digan que NO. Ya se va a encontrar con suficientes NO en la vida como para que tengamos que añadir más. Pero si un día está lloviendo y hace frío, y se empeña en no ponerse el chaquetón, tú puedes explicarle una vez el motivo por el que debe hacerlo. Pero si se sigue negando, tendrás que imponerte y dejar claro que hay ciertas cosas en las que la autoridad eres tú, aunque le expliques que es porque todavía él no tiene criterio  suficiente para tomar determinadas decisiones.

Esto incluye hacerte respetar. Nunca, bajo ningún concepto, permitas que te pegue, te insulte o te ignore. He visto a muchos niños haciéndolo y a muchas madres disculpándoles. Hay cosas que hay que dejar claras siempre y desde el principio, porque si lo consientes una vez, no será la única
 
 Y, por supuesto, y sobre todo, dale mucho cariño. Sentirse como él se siente es muy triste con 5 años. Presta atención a las cosas que te cuenta. Ayúdale a hacer sus trabajos del cole. Léele un cuento por las noches. Duerme con él. Aprovecha cuando esté “tranquilo” para besarle y abrazarle, para cogerle en brazos. Deja de llamarle niño-difícil, es más, reniega de este post por llamarle así.  Porque tu niño es desde hoy es un niño-bueno. Dale un motivo para sentir, un poquito más cada día, que, al fin y al cabo, puede que haya alguien que sí quiere estar con él.

 

miércoles, 7 de octubre de 2015

SE ME ESCAPA


La veo montada en su bicicleta, pasando por el túnel de la Alcazaba, dándole a los pedales con ese ímpetu con que se hacen las cosas nuevas. Va delante de mí, solo unos metros, pero mete el turbo, se adelanta y sólo acierto a pensar: "se me escapa". Y mientras mis ojos contemplan esas piernecitas todavía regordetas y mi mente divaga pensando que se me escapa.... me doy cuenta de que verdaderamente hay algo más que una niña en bicicleta que se me va.

Se me escapa la niñez. Tuve la mía, la de mis hermanos, la de mis amigos, la de mis primos, y en píldoras superconcentradas las de mis hijos. Ellos ahora ya tienen 13, 9 y 7 años. Y de pronto me doy cuenta de que nunca mas tendré niños pequeños. Y de un soplo de tiempo inesperado se me escapan las nanas, los cuentos, las primeras letras, los dientes de ratón. Y veo que se me fueron los dinosaurios, los superheroes, las princesas, los cochecitos...
Se escaparon los pañales, el olor a bebé, y ese abrazo pequeñito de consuelo que en realidad era a mí a quien consolaba.

No quiero darme cuenta pero se me están yendo mis niños; quedarán mis hijos siempre, pero no sé que voy a hacer sin ese olor a niño en la piel que hoy, sin remedio, se me escapa.

domingo, 13 de septiembre de 2015

PERIODO DE ADAPTACIÓN: 8 ARGUMENTOS EN CONTRA (Y MIS RESPUESTAS)











Ya comenté en un post anterior la suerte que tenemos los maestros de infantil de vivir muchas primeras veces con los niños. Estos días los maestros de infantil de toda España somos responsables de un momento importantísimo y decisivo en la vida de miles de niños pequeños: su primera vez en el cole. Si bien antes podía hacerse de forma paulatina, cada vez más nos vemos obligados a enfrentarnos a este momento de golpe y porrazo, privándonos de un plumazo de un importante recurso con el que contábamos para superar esta circunstancia muchas veces complicada.

Cuando estudié la carrera de magisterio, el periodo de adaptación era tema ineludible e imprescindible en cualquier temario de oposiciones. Se consideraba un avance en la protección de los niños y como tal se llevó a la práctica durante varios años, coincidiendo con el inicio de la escolarización gratuita de los niños de 3 años. Hoy se ha producido un paso atrás, primero con la legislación (Decreto 301/2009 de 14 de julio en Andalucía), que establece que se podrá llevar a cabo un "horario flexible" pero que será una medida que no se adoptará, en ningún caso, "con carácter general para todo el alumnado", y luego con la práctica, ya que la inspección cada vez nos exige más un cumplimiento a rajatabla de la "no-adaptación".

Pues bien, no me voy a andar por las ramas. Yo reivindico el periodo de adaptación. Lo hago como madre, como maestra, como psicóloga y como persona. A veces me encuentro con personas que defienden la entrada de los niños de 3 años al colegio "a pelo". Ellos esgrimen los siguientes argumentos, y estas son mis respuestas:


Lo pasará mal al principio,  pero ya se le pasará. No es un trauma.

Mi respuesta: algunos niños viven la entrada al cole como un verdadero trauma. Esto que puede parecer exagerado, no lo es. Muchos dirán que su hijo lloró o ellos mismos lloraron cuando eran pequeños y que hoy "aquí están". Efectivamente, un trauma no te mata, ni se lleva escrito en la frente. Pero sí marca, muchas veces de por vida. 
Hoy la palabra trauma ha perdido su valor, porque hubo un momento en que cualquier acción disciplinaria era considerada como tal. Pero que se perdiera el rumbo lógico en ese momento no hace que determinadas situaciones sigan siendo hoy igual de traumáticas que lo han sido siempre.
Para entender por qué algo tan insignificante como la entrada al colegio puede llegar a ser traumático, hay que viajar tan atrás en el tiempo que puede que muchos no puedan hacerlo, y recordar cuando eramos pequeños. Si no, basta con leer un poco de psicología infantil, esa gran olvidada por los legisladores educativos. En concreto recomiendo leer un poco sobre la teoría del apego de Bowlby y algunos estudios actuales relacionados con las implicaciones de la misma, un ejemplo de ellas, aquí. Estas implicaciones están hoy siendo respaldadas por la neurociencia. Cuando un niño se ve sometido a un estrés fuerte o continuado ciertos circuitos cerebrales pueden quedar alterados para siempre, predisponiéndole a padecer trastornos de ansiedad en el futuro Como señala Stahl (2008), un profesor de psiquiatría estadounidense, experto en psicofarmacología y en el funcionamiento cerebral a nivel básico, "puede ser que el grado de estrés (refiriéndose a un grado importante) que uno experimenta durante la edad temprana afecte a cómo se desarrollan los circuitos -cerebrales- y por tanto cómo un individuo dado responde al estrés en la vida adulta".


Sólo será un rato.

Antes de los 3 años no se tiene conciencia del tiempo. Cuando dejas a tu hijo en el cole y le dices que vuelves en un rato, o a las 2 o en una hora, es lo mismo que decir que volverás, pero que no se sabe cuándo.
Normalmente además los niños no confían mucho en la palabra de los adultos porque ya llevan una historia de mentiras piadosas a sus espaldas, y porque para ellos no tienen ningún sentido que su padre o madre le deje en un sitio desconocido con personas desconocidas. Se temen, con toda la razón del mundo, que debe haber gato encerrado.
De modo que aunque al dejar al niño en el colegio sabes que le recogerás en unas horas,  ÉL NO LO SABE. ¿Puedes imaginar la tremenda incertidumbre y en muchos casos temor, que genera eso?


Son caprichos suyos, si le hacemos caso hacemos niños de plastilina; o, los sentimientos del niño no son tan importantes como los de un adulto.

He visto a niños temblar literalmente mientras lloran desconsoladamente llamando a su madre. Con el tiempo suelen parar, no por convencimiento, sino por cansancio. Algunos persisten llorando la mañana entera, y así durante varios meses. Que se nos haya olvidado lo que se siente no significa que no sea un mundo para ellos.
Si el primer contacto es traumático, es fácil que el segundo también lo sea. Esto ocurre porque ocurre un proceso psicológico llamado condicionamiento,  por el cual unos estimulos presentes en el momento de pasarlo mal quedan vinculados a esa experiencia, por lo que fácilmente, cada vez que se presenten, elicitirán esa respuesta de desasosiego.


Está  bien, pero mi hijo no necesita período de adaptación. Está feliz de ir al colegio. 

Es muy probable que tu hijo vaya feliz y contento a la escuela. Pero eso no significa que esté plenamente adaptado. Hay muchas normas y rutinas que tendrá que aprender, tendrá que aprender a utilizar los materiales y espacios del aula, los baños, y si la maestra se dedica a eso los primeros días no podrá atender adecuadamente a todos los niños que sí lo necesitan.


No puedo compaginarlo con el trabajo. 

Creo firmemente que, en el caso de trabajar los dos, hay que buscar un plan B para respetar ese periodo. Puede ser la abuela o un amigo, un permiso en el trabajo o buscar un/a canguro. Nada mejor que estos 15 días para invertir en salud mental de tu hijo. En algunos casos puede ser difícil, pero en la mayoría no imposible. Y, a fin de cuentas, sólo son 15 días.


La ley dice que el período de adaptación  no debe aplicarse como norma general sino a los niños que lo precisen en consentimiento con los padres, y si lo dice la ley...

Creo que ha quedado suficientemente explicado por qué está adaptación es necesaria para todos los niños. Incluso para los que estén más contentos: es imposible que se les atienda de forma óptima si mientras lo hace la maestra sujeta a un par de ellos en brazos porque lloran o simplemente se duermen.
Es derecho de los padres reivindicar que sus hijos gocen de la mejor atención posible y reivindiquen un períodode adaptación plenamente justificado por la ley, como se ha hecho en otros momentos. 


En realidad los maestros quieren este periodo para tener más horas libres.

Nunca un maestro trabaja tanto como durante el período de adaptación. Durante las horas "libres" se recoge la clase, se prepara para el siguiente turno, se fotocopia, se buscan materiales en catálogos y páginas web, se preparan tarjetas para cada niño, se organizan reuniones, se planifican actividades, se hacen programaciones, etc etc etc... y siempre, siempre, se sigue por las tardes. Decir que hasta se sueña con ello no es muy apropiado para este post, pero es la verdad.


Estoy convencida/o, ¿pero qué podemos hacer?

Transmitir nuestro sentir al equipo directivo del centro. Participar en el consejo escolar o asociación de padres reclamando un cambio. Difundir este post y similares en la comunidad educativa y familiar para dar argumentos y hacerte oír.  Expresar abiertamente tus ideas.
También puedes firmar en una página en change.org que solicita regrese el período de adaptación:
https://www.change.org/p/consejer%C3%ADa-de-educaci%C3%B3nhttps://www.blogger.com/blogger.g?blogID=7440776552873225732#editor/target=post;postID=6351811751874809684-de-la-junta-de-andaluc%C3%ADa-vuelvan-a-poner-periodo-de-adaptaci%C3%B3n-en-infantil


REFERENCIAS:

DECRETO 301/2009, de 14 de julio, por el que se regula el calendario y la jornada escolar en los centros
docentes, a excepción de los universitarios. (BOJA 20-7-2009)

Stahl, S.M.(2008). Psicofarmacología Esencial de Stahl. Madrid: Aula Médica.
 
Páez, D., Fernández, I., Campos, M., Zubieta, E., & Casullo, M. (2006). Apego seguro, vínculos parentales, clima familiar e inteligencia emocional: socialización, regulación y bienestar. Ansiedad y estrés, 12(2-3), 329-341.

domingo, 23 de agosto de 2015

MIS HIJOS TIENEN DERECHO A ABURRIRSE



 



 

Este verano hemos establecido una norma en casa: hay una serie de horas  en las que no se enciende ningún tipo de aparato con pantallita.  Esto significa que los niños en esas horas no ven tele, no usan ordenador, tableta, smartphone ni play.


No habían pasado 30 minutos del establecimiento de esta norma cuando apareció en el salón una nota a modo de pancarta que rezaba así: "MALDITOS ORARIOS". La falta de H me hizo sospechar que la autora de la misma era Estelita, que, muy consecuentemente con sus intereses, se rebelaba ante tremenda injusticia.  Sin embargo, 15 minutos después,  ella y su hermana jugaban muertas de risa en el salón con una casita de tela que hacía siglos no utilizaban.

Uso de las nuevas tecnologías con los pequeños es hoy tema candente de estudio, y todo el mundo tiene una opinión, tanto en casa como en la escuela. El hecho de que sea algo con lo que nosotros no crecimos, hace que nos preguntemos: ¿cómo actuar?, ¿no es verdad que ya que el mundo de hoy está digitalizado, deberían familiarizarse con ellas desde la más tierna infancia? Particularmente defiendo que familiarizarse sí, por qué no, pero que de ahí a que sean el único medio en que se mueven la mayor parte del tiempo, como pez en el agua de la pecera, va un trecho.

Nuestro cerebro es tremendamente flexible pero además se rige por una ley no escrita que hace que lo que nos resulta más fácil es lo que más fácilmente repetiremos. En una palabra, si no sometemos a nuestro cerebro a una disciplina, se dejará vencer por lo mismo que nos dejamos vencer nosotros: pereza.

Las habilidades que adquirimos en los primeros años son herramientas que nos servirán para desenvolvernos el resto de nuestra vida. La infancia es como un mercado en el que durante unos años nos abasteceremos de competencias, que cargaremos en nuestra mochila personal, y que usaremos después el resto de nuestra vida. Las nuevas tecnologías en general, internet en particular, facilitan tanto el procesamiento de información, ahorran tanto esfuerzo al cerebro,  que hacen que éste se acomode y no tenga que exprimirse a la hora de buscar y analizar información, concentrarse, focalizar atención, generar ideas o ser creativo. Consecuencia: la competencia disminuye.

Internet se ha convertido en un enorme y variado escaparate cuyos creadores compiten por la imagen más llamativa, el sonido más  atrayente, el titular más destacado, la píldora de información más concentrada en el mínimo espacio posible. Así, cada vez que nos conectamos, saturamos de estimulación a nuestras neuronas sin necesidad de ponerlas a trabajar. ¿Consecuencia inmediata? Acceder a Internet  es muy divertido y no nos deja aburrirnos. ¿Consecuencia a medio/largo plazo? No trabajamos, ante la enorme oferta de estimulos perdemos la necesidad de buscar estimulos, y con ello la capacidad de concentrarnos, de inventar, de imaginar, nos atrofiamos. Además, estamos rodeados de información abundante pero superficial, y nuestras neuronas se acostumbran a trabajar con este material superfluo, no permitiendo el desarrollo del arte de profundizar en lo aprendido. Accedemos a tanta información sesgada al mismo tiempo que no nos da tiempo a evaluarla ni a pensar sobre ella.

Esto nos está ocurriendo a nosotros, adultos, y en mayor o menor medida nos vamos dando cuenta de ello. Pero nosotros tuvimos la oportunidad cuando eramos  pequeños de aburrirnos y tener que sacar al cerebro a pensar para autoabastecernos de esa estimulación. ¿Y cómo lo hacíamos?  Pues por poner algunos ejemplo, leíamos  (y nos gustaba o apasionaba según el caso), inventábamos juegos con los amigos, espiábamos a los padres, construíamos casas con paraguas, escribíamos cuentos...

Los niños que nacieron hace pocos años tienen a mano 24 horas al día este invento que es internet. Un entretenimiento rápido y fácil al que es tentador sucumbir y que colma nuestra necesidad de estímulos,  haciendo sumamente difícil que se vean en la necesidad de buscar otra cosa.

Entonces, ¿no podemos aprovechar los beneficios de las nuevas tecnologías con los niños? La respuesta es sí:

Podemos enseñarles a buscar información e investigar en Internet; a discernir entre lo que es una fuente fiable y contrastada  y lo que no;  la importancia de leer determinados artículos completos y no sólo  el título, a contrastar hipótesis y teorías; podemos apuntarles a cursos de mecanografía o programación informática. En definitiva, podemos hacer de Internet una herramienta útil y no un engañabobos.

Internet es la mayor biblioteca, videoteca y fototeca del mundo y esto supone que es un recurso inestimable, pero nuestro cerebro no ha tenido tiempo de evolucionar al ritmo de tal cúmulo de información. Si se le da mucha información rápida a la vez, podrá  captarla superficialmente, pero no procesarla profundamente. Por eso, para poder PENSAR con mayúsculas, tiene que seguir manejando estimulos al modo tradicional. Y tiene que tener necesidad de buscar estímulos, no vivir en permanente estado de saturación.

Para poder pensar, mis hijos tienen derecho a aburrirse, como lo tuve yo. Y no les privaré de este derecho.

lunes, 29 de junio de 2015

¿EVALUAR... O CALIFICAR?








Resultado de imagen de examenes niños


Ayer mis hijas y yo aprovechamos un rato de relax de estos que empiezan a asomar con las vacaciones para ver las fotos de cuando una de ellas estaba en iinfantil. Inevitablemente comentamos situaciones, caritas –“¡¡ainss, qué chiquitilla!!”-, amigos –“qué mono estaba fulanito”-  y seños varias. Al recordar a una de sus profes de infantil, Daniela dijo que recordaba que una vez le puso en su libreta “MAL, MAL, MAL, MAL, TOOODO MAL”. Era una ficha de letra “i” y ella no le había puesto “la rayita” a la letra “i”. No sé qué será la “rayita”, pero sí sé que venía a veces llorando porque pensaba que lo hacía todo mal.

Yo lo que veía era una libreta perfecta de “ies” milimétricamente situadas en un cuadrito, así que cuando ella lloraba porque estaba MAL todo por culpa de la dichosa rayita, yo pensaba en los pobres niños que todavía de verdad no supieran hacer la dichosa “i”. ¿Qué sería lo que escucharían esos niños? Seguramente, a la tierna edad de 5 años, estarían dando por sentado que lo suyo no era ni sería nunca escribir, que todo lo hacían mal, que cada vez que cogían un lápiz el resultado iba a ser la regañina de la seño y un borra y repite -hasta que aborrecieran la i-.

Por suerte la mayoría de las maestras en infantil sabemos que así no llegamos a ninguna parte, pero sin embargo seguimos tragando con una normativa que nos obliga a poner calificaciones a niños entre 3 y 6 años que lo único que hacen es crecer y jugar. Cuando un niño de 3 o 4 años llega a casa con unas notas de “regular”, “poco”, “no conseguido”, ¿qué perciben los padres?, y ¿qué transmiten esos padres a sus hijos tras conocer esas notas? Yo cada vez pienso más en eso, y por eso en la última reunión con los padres les pedí por favor que no hicieran caso a esas notas, y que se guiaran por lo que yo les dijera de sus hijos en tutorías. 

Existe algo que en psicología se llama la profecía autocumplida, que supone que aquello que pensamos sobre nosotros mismos tiende a cumplirse, no por un mecanismo mágico ni alineaciones astrológicas, sino porque nuestros pensamientos condicionan nuestra conducta y nuestra conducta la de los demás, entrando en un comportamiento en espiral que se encamina a lo que preveíamos que ocurriría. De ahí que esa corriente de “piensa positivo y recibirás cosas positivas” tenga algo –bastante- de verdad.

Pero aún hay algo que se cumple más que las profecías que nosotros hacemos acerca de nosotros mismos: las que los padres hacen sobre los niños. Hablamos en este caso del llamado efecto pigmalión, o forma en que las expectativas de una persona sobre otra condicionan su rendimiento. En un metaanálisis que se hizo hace unos años, se llegó a la conclusión de que el principal predictor del rendimiento académico en secundaria eran las expectativas que los padres tenían sobre el rendimiento de los hijos. Aquí tenemos el estudio completo para quien quiera echarle un ojo.

En mi caso personal ha sido totalmente así: mi familia ha sido una familia de maestros en su gran mayoría, y de pequeña todos tenían tan claro que yo acabaría opositando y siendo funcionaria, que no ha sido hasta ahora, varios años después de sacar unas oposiciones, que me he planteado hacer algo diferente. 

Los pensamientos de un niño son como una hoja en blanco que van escribiendo a partir de lo que oyen y viven en su entorno. Si siempre escuchan cuánto valen, y qué lejos llegarán, el bucle de la profecía autocumplida irá encaminado desde el principio a satisfacer esa profecía. En otras palabras, el niño no sabrá actuar de otra manera que la que le dicta ese pensamiento y todas sus conductas y decisiones serán coherentes con el mismo. No vamos a obviar que hay niños con más capacidad para una cosa o para otra, y que a veces con 6 años ya se apuntan maneras; de las diferentes capacidades hablaremos en otra ocasión.

Por tanto, ¿qué dice el sentido común?: que la evaluación sirve para reforzar contenidos, destrezas, para saber en qué punto estamos. Puede servirme para constatar que vamos en el buen camino y que el niño reciba un refuerzo. Pero seguro que evaluar no es –no debe ser- calificar negativamente, etiquetar o estigmatizar. La calificación existe y debe existir, cuando se trata de determinar conocimientos en una determinada materia, en adultos, pero no para niños pequeños, por favor, a no ser que sea para ponerles, como en la foto, una carita sonriente y un 100.

miércoles, 24 de junio de 2015

LAS PRIMERAS VECES

Llevo tiempo dándole vueltas a la idea de hacer un blog, un poco por gusto y porque me sirva de diario de ideas, y un poco por compartir algunas ideas que algunas veces me parecen productivas. Sin embargo creo que para que un blog, y más hoy que hay tantos, sea útil, debe tener algo que aportar, y yo me considero muy principiante en la vida para dar lecciones de nada.

Así que aunque hoy me he decidido por fin a hacerlo, motivada por las reflexiones de un regalo especial que he recibido, lo hago sin más pretensiones que la de escaparme aquí de vez en cuando y plasmar mis pensamientos. De modo que espero que si alguien se topa con esta página perdone el atrevimiento y lo entienda como lo que es, un espacio de experimentación y disfrute personal. Y por qué no, para hilar con el tema de esta entrada, una primera vez que me apetecía vivir.

Ese regalo  del que os hablaba y que me ha dado el empujoncito es esta pulserita:





Es el regalo de fin de curso que los padres y los niños de mi clase de 4 años han querido hacerme hoy. Regalo de los padres porque evidencia que, de una forma u otra, agradecen que alguien pase 5 horas diarias con sus peques y agradecen también la labor del maestro. Y regalo de los niños porque, no dejo de pensarlo, me han regalado sus primeras palabras escritas.

Las primeras veces siempre son un regalo. Pueden venir de un bebé, de una experiencia, de la sorpresa de un amigo, de un primer amor, de un descubrimiento... vienen y no se sabe de dónde vienen y por eso son las primeras, porque son inesperadas y no se las vio nunca venir antes.

El trabajo con niños puede parecer rutinario pero está lleno de primeras veces. Y esta pulserita no me ha dejado pensar en otra cosa desde que la tengo en mi muñeca. Tal vez esas manitas un día escriban un artículo que merezca el Pulitzer, o un libro de Nobel, o un artículo científico que recoja un gran avance de la medicina; o tal vez un día diseñen edificios, parques o ingeniería, o plasmen con mil colores la belleza del mundo en un lienzo. O puede que hilvanen palabras formando poesía, dirijan música con una batuta, puede que moldeen el barro gestando formas o formen vida moldeando cuerpos... tal vez escriban historia o simplemente escriban la historia de su vida, quién sabe qué harán esas manitas.

Pero  mirando esa pulsera sí se una cosa: les queda toda la vida por delante para escribir mil cosas, pero la primera vez de esas letras temblorosas se produjo junto a mi. Y ese regalo de mis niños.... no tiene precio.

GRACIAS.